Optimismo SÍ, pero mejor Ensillado y con Riendas

Personalmente nunca he puesto en duda que, enfocar lo que nos acontece con una mentalidad positiva, te ayuda. Te ayuda a superar los obstáculos, a confiar en tus posibilidades y a no rendirte, que no es poco. Sin embargo, hay quien se pregunta con argumentos bien fundados hasta qué punto es positivo el optimismo. La pregunta es: ¿puede perjudicarnos el exceso de optimismo? y por otro lado ¿cuándo el optimismo se convierte en excesivo? Yo no lo tengo claro.

Pongamos por ejemplo a un atleta que practica salto de altura. Está compitiendo en una final. Todos los demás están eliminados, solo queda él. Para ganar, debe saltar una altura que está un centímetro por encima de su récord personal. Nunca antes lo ha conseguido. Cierra los ojos mientras se balancea adelante y atrás. Intenta convencerse de que puede hacerlo. Arranca su carrera mirando desafiante hacia el listón.  ¿Le perjudica el creer que lo va a conseguir?

Mientras leía un interesante post relacionado con ese tema y pensando en los emprendedores y el optimismo, recordé una anécdota que creo que viene al caso y que me apetece contaros.

Me llamo Roberto y, soy optimista

Era un soleado día de agosto y acabábamos de regresar desde la playa de Areas a nuestro coqueto alojamiento en Combarro, Pontevedra. Una ducha y una buena comida dieron paso a una relajada sobremesa. A media tarde, me incorporé de un sobresalto: Había reparado en que la alianza no estaba en mi dedo anular. Pero, ¿cuándo se me había caído?

Hice memoria. La última vez en que tuve conciencia de llevarla fue al darme el protector solar en la playa. El anillo se movía con facilidad sobre mis dedos aceitosos. Debió ser entonces o en algún momento posterior cuando se me cayó, pensé.

Eran las siete de la tarde. Recordé la cantidad gente que había allí durante aquella soleada mañana. Todos se habrían marchado ya. Quizá alguien la habría encontrado, o incluso podían haberla pisado hundiéndola en la arena. ¿Tenía sentido ir a buscarla? Se lo comenté a mi esposa y tras unos momentos de conversación, me dijo que aun suponiendo que el anillo se me hubiera caído allí, intentar buscarlo sería perder el tiempo. Que no me preocupara, que se había extraviado y no había que darle más importancia. Y realmente, tenía todo el sentido.

Sin embargo, tras pensarlo unos instantes me decidí a intentarlo. En este caso, tampoco había mucho que perder salvo mi tiempo, así que cogí el coche y conduje quince minutos hasta aquel lugar. Apenas quedaba algún rezagado en la playa. Me descalcé. ¿Por dónde podía empezar? Apenas era capaz de identificar la zona en la que habíamos estado.

Recordé que delante de las hamacas le había moldeado un «fórmula uno» de arena a mi hijo, Alejandro, y habíamos estado jugando allí. Así que busqué. Pronto hallé un deforme y alargado montón de arena en la zona donde podíamos haber estado. Sí, casi seguro que ese era el sitio. No había nada parecido por allí cerca. Decidí organizar mi búsqueda por cuadrantes, como hacen los arqueólogos. Así que me puse manos a la obra y, en la zona donde debían haber estado las hamacas, delimité un amplio rectángulo, de unos cuatro metros de ancho y cinco de largo, que a su vez dividí en cuadros de un metro.

Me arrodillé junto al primer cuadrado. Observé la superficie pacientemente durante varios minutos sin ver nada. Así que, sin herramienta alguna, empecé a filtrar la arena entre mis dedos, con orden, despacio. Así, cuadrado tras cuadrado. Ya pasaban de las ocho y media y el sol empezaba a bostezar en una puesta de sol preciosa. Las sombras se alargaban en un anaranjado atardecer. Sabía que sin luz ya no tendría sentido seguir, así que me quedaba poco tiempo para intentarlo. Me moví hasta el cuadro siguiente. Y entonces, intuí su elíptica sombra. Metí las puntas de los dedos y efectivamente, ahí estaba mi alianza. Nunca olvidaré la sensación de triunfo que tuve en aquella solitaria playa, a la luz del atardecer…  ¡Lo había conseguido!

Cuando cuento esta anécdota, muchos me dicen cosas como “menuda suerte tuviste” o “se te apareció la Virgen”… ¿qué opinas tú?, ¿crees que fue suerte?

El factor ‘Suerte’

Cuando decidí ir a buscar el anillo, está claro que no había riesgos importantes y que la inversión (un poco de mi tiempo) era asequible pero, ciertamente, el objetivo era poco realista. Así que, visto desde ese prisma, pienso que sí, que la suerte jugó su papel. Pero la suerte no me llevó a la playa, ni dibujó los cuadrantes, ni escarbó en la arena. La realidad es que cuando la suerte llegó, me encontró allí, con mi plan, con mi optimismo y moviendo arena arrodillado en el suelo. Como alguien dijo antes que yo, la suerte me sonrió mientras me veía trabajar.

Pues bien, esa sencilla experiencia me ha servido a lo largo de los años como incentivo a la hora de lanzarme a intentar cosas que pueden parecer difíciles. Porque…

  • Hay pocas cosas realmente imposibles
  • Solo lo consiguen los que lo intentan
  • No hay que rendirse fácilmente
  • No perder de vista tu objetivo final, te ayuda a mantener la ilusión
  • El entusiasmo te hace disfrutar. Pon entusiasmo en todo lo que comiences
  • Pero eso sí, siempre, necesitas un plan de acción. Y ese plan, debe contemplar un posible fracaso para hacer una retirada a tiempo.

Optimismo ciego, optimismo vago y optimismo improvisado

Como decía al principio del post, creo que el optimismo siempre es un buen compañero, pero como si fuera un pura sangre, mejor ensillarlo bien para no salir volando por los aires. Solo pueden perjudicarnos:

  • el «optimismo ciego«, que nos lleva a no evaluar a fondo los riesgos por pensar que es imposible que algo salga mal,
  • el «optimismo vago« cuando esperamos que el éxito nos llegue sin trabajar,
  • o el «optimismo improvisado« cuando nos lanzamos sin hacer una buena planificación. Debemos evaluar todas las posibilidades; las que nos pueden llevar al éxito, de acuerdo, pero las que pueden hacernos fracasar, más aún.

En resumen, si no hemos evaluado y previsto los riesgos, no hemos trabajado o no hemos hecho una buena planificación, no deberíamos culpar al optimismo, ¿no crees? Sin embargo, con un buen análisis, un plan de acción adecuado y actitud ganadora, puedes permitirte ser optimista y tienes muchas probabilidades de éxito. El anillo está ahí, entre la arena, esperando a que lo encuentres.

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